jueves, 12 de febrero de 2015

El último segundo sin hoy.

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‘’Los recuerdos son las cobijas que cubren al presente, aunque el futuro sea un cálido verano.’’


Una foto sin anécdotas que contar, aquel mediodía vacío de estrellas y, sobre la mesa, un café que nunca tuvo dueño. Se escucha la radio, su volumen no es alto, parece que alguien habla desde la caja de cartón y no espera respuesta. Creo que sonríe, necesito que lo haga, mi cuerpo se acerca como si pudiese ver al que está del otro lado. Lo sé, es difícil de admitir, pero debo hacerlo.

Alzo mis manos, casi tocan el techo, tal vez he crecido lo suficiente para ver aquella araña y aprender a temerle. Jamás me picó, ni yo intenté dañarla, como si hubiese un pacto mutuo. Nos miramos fijamente, cada quien analiza su próximo movimiento, el error aquí no es una opción.

Comienzo a sudar, esta es la distancia más cercana que hemos tenido. Tan solo 10cm, el suficiente para que ella escape, o ideal si desease atacar. Soy consciente de su veneno y el arácnido de mi fuerza, este equilibrio debería neutralizar nuestras intenciones. Ambos iremos a la ofensiva, como si una guerra se hubiese levantado sobre nosotros.

Cierro mis ojos, no deseo ver el siguiente acto, he odiado desde siempre los finales. Aprieto el puño, siento la piel tensarse alrededor de los nudillos y el aire acortar distancias con el objetivo. Pasan miles de cosas en un segundo, comienzo a tener culpa, a detestar mi posición superior, pero igual no me detengo.

Un temblor recorre mi antebrazo, los nervios envían dolor al cerebro, como si hubiera chocado contra algo sólido. Observo hacia el lugar del hecho, aun en shock y sin motivos para tranquilizarme, donde nada parecía haber cambiado.

Rememoro por un segundo la situación, doy un vistazo hacia la mesa y lo entiendo todo. Antes del café, primero debería de haber tomado las pastillas que me recetó el psiquiatra.

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